Regalar, recomendar o prestar un libro es todo un arte. No se trata de escoger el primero que viene a la cabeza o uno que simplemente te guste, ni tampoco aquel que está de moda. Elegir un libro para alguien tiene una importante carga significativa, que va de lo emotivo a lo racional, pasando por lo anecdótico. Porque esa elección no sólo habla de ti y de lo que piensas de la obra, sino también de la persona que lo recibe.
Durante estos días de confinamiento (estamos en los tiempos difíciles del coronavirus), tuve la oportunidad de volver a ver la película El erizo (Francia, 2009), basada en la novela La elegancia del erizo, de Muriel Barbery (Seix Barral, 2007). Uno de los momentos culminantes del filme sucede cuando un hombre y una mujer comprenden que comparten gustos literarios, y este hecho es algo así como un flechazo entre ambos. Por supuesto, el hombre decide regalarle una edición especial de ese libro, cercano para ambos, y ella se siente asustada y halagada a la vez, porque se sabe descubierta.
Obsequiar un libro es enviar un mensaje. Suele ocurrir que, tiempo después de haberlo entregado, el destinatario pregunte por qué elegimos precisamente ese título. En ocasiones la pregunta es una barrera para ocultarse del halago, en otras, hay un cierto reproche. Sin embargo, en ambos casos, quien lo ha recibido conoce la respuesta. Porque la literatura tiene la magia de desvelar nuestros más ocultos secretos. Esa es la razón por la cual esa cuestión se queda como una simple pregunta retórica. Tanto el emisor como el receptor saben que el medio ha desvelado una parte del segundo. Y más allá de su comentario, escapando del halago o exhibiendo el reproche, lo mejor es dejar todo en silencio. Las páginas ya lo han dicho todo.
Otra situación común es cuando alguien te pide que le recomiendes un libro. Así, de repente, sin anestesia. Suele ser un momento singular, un tanto incómodo. Debes pensar rápido, repasar todos los títulos que te vengan a la cabeza en tan sólo unos segundos mientras miras a la cara a tu interlocutor. Es sencillo si conoces bien a esa persona y sus gustos literarios, pero si no es así, la decisión se vuelve absolutamente subjetiva, limitada por completo en la tibia relación que han mantenido y en lo poco que sepas de su vida. Si la obra escogida de entre tu archivo mental desvela una de las facetas agradables de quien hizo la solicitud, este te convertirá un conocedor de la buena literatura. Pero si, por el contrario, se enfrenta a uno o varios de sus defectos, te tomará como una mala persona. En el arte de elegir un libro para otros no hay medias tintas (nunca mejor dicho).
Igualmente, no debemos olvidar los gustos del otro. Porque quizá de todos los títulos que conoces, ninguno sea el adecuado para esa persona. En esos casos, comienza una labor de investigación que requiere cierto tacto, ciertas preguntas que te guíen hasta el libro exacto. En este caso el mensaje es claro, cristalino: te conozco y hoy te conozco aún más.
Pero sin lugar a dudas, el mayor reto llega cuando tienes que regalar un libro a alguien que sabes que es un lector voraz. El reto se vuelve mayúsculo, porque las posibilidades de errar pueden ser más altas, y no porque le entregues una obra que ya ha leído o quizá porque esta no está a la altura de sus expectativas. La posibilidad radica en que quizá lo que menos quiera esa persona sea un libro y tú has decidido tomar la decisión más sencilla (aunque consideres que fue la más difícil).
Más allá de cualquier caso, seleccionar un libro para otros es un compromiso y, como tal, debe estar desligado a cualquier moda, quizá la influencia más perniciosa a la hora de regalar o recomendar. Por eso, lo único que se debe hacer a la hora de tomar el riesgo de elegir es sólo ser sincero. Como son los libros.
carlos lópez-aguirre
Moscú bajo la sombra del coronavirus, 23 de abril de 2020
Sant Jordi – Día del Libro
P.D. Y por favor, compra esos libros que elegiste en la librería de tu barrio o en esa que te gusta tanto.