Cuenta la leyenda que cuando el conquistador del Perú, Francisco Pizarro, preguntó a los incas qué había al sur de sus tierras, éstos contestaron ‘chilli’, que en lengua aimara significa ‘donde termina la tierra’. El terremoto que sacudió el país sudamericano el pasado 27 de febrero estuvo a punto de cumplir dicha descripción, sin embargo, Chile sigue ahí, al lado de los Andes, sus eternos y silenciosos vigilantes.
Mi primer encuentro con Chile fue una noche a principios de la década de los noventa cuando pasaron en el Canal 11 un documental donde se narraba el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, cuando Augusto Pinochet derrocó al presidente Salvador Allende.
Aquella historia me impactó de tal manera, que desde ese día me dediqué a investigar un poco más sobre las circunstancias de aquel hecho. Mis investigaciones me llevaron a conocer la historia y la geografía de Chile. Simplemente me enamoré.
Supe que Simón Bolívar, en su famosa Carta de Jamaica, señala que el territorio de Chile “es limitado; estará siempre fuera del contacto inficionado del resto de los hombres; no alterará sus leyes, usos y prácticas; preservará su uniformidad en opiniones políticas y religiosas; en una palabra, Chile puede ser libre”.
Conocí los poemas de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, y que ambos habían sido premios Nóbel de Literatura, otorgándole el privilegio a su país de ser el único de América Latina en conseguirlo. Luego, con el paso del tiempo, leí a Nicanor Parra y a Antonio Skármeta y me enteré de la ‘revolución literaria’ de Alberto Fuguet y su McOndo. Luego vino el mito de Bolaño y nuestro constante enfrentamiento.
Pero si algún personaje de aquel lejano país del sur me conquistó, fue Salvador Allende. Con esa biografía de lucha y tesón, que se vio recompensada con su elección democrática como Presidente de su país en 1970, logrando así el sueño de crear un estado socialista sin disparar un solo tiro. Al final, el miedo y la ignorancia lo condenaron a muerte en el Palacio de la Moneda.
En el año 2002 tuve la oportunidad de visitar Chile. Recorrí las calles de Santiago, fotografié decenas de veces La Moneda, visité la tumba de Salvador Allende. Fui a Valparaíso y me subí a sus ascensores, y tuve el privilegio de ver un atardecer en una playa de Viña del Mar. Estuve en Isla Negra y conocí la casa de Neruda y me recargué en su tumba a recitar aquello de ‘Me gusta cuando callas porque estás como ausente’.
Regresé a México y un año después lo dejé para vivir la aventura europea. Y he conocido otros países y muchas ciudades, y Chile sigue en mi corazón. Tal vez sea por su historia o por la belleza de la que fui testigo durante aquellos días del 2002 o por la gran amistad que me une a los chilenos a los que conozco.
Por cierto, la imagen que ilustra estas líneas fue tomada por Álvaro Barriga Mograve, uno de mis mejores amigos. Es en Talcahuano, poblado cercano a la ciudad de Concepción, uno de los más afectados por el terremoto y el tsunami. La quise poner aquí porque no es la foto de un barco de cabeza, sino la del reflejo de un barco que navega por el cielo de una tierra que sigue en pie, Chile.
expresiones crónicas 
Muchas gracias por compartir una experiencia tan personal y por hacernos partícipes de tu amor por Latinoamérica.
Gracias, Chile necesita el aprecio
El último párrafo que dice: Por cierto, la imagen que ilustra estas líneas fue tomada por Álvaro Barriga Mograve, uno de mis mejores amigos. Es en Talcahuano, poblado cercano a la ciudad de Concepción, uno de los más afectados por el terremoto y el tsunami. La quise poner aquí porque no es la foto de un barco de cabeza, sino la del reflejo de un barco que navega por el cielo de una tierra que sigue en pie, Chile.
Me llena el alma de fuerza para seguir luchando por levantar a este país, aunque sea cooperando con lo mínimo, pero cooperando.
Felicitaciones, te pasaste